Para el Madrid fue un partido de verano en invierno. Así se lo tomó, con interés moderado y escaso entusiasmo. Como si aquello no importara excesivamente o no sirviera para mucho. No hay peor cosa que un suplente resignado y esa imagen dan la mayoría de los reservas del Madrid. No dirías que se quieren comer el mundo, ni siquiera al entrenador, que es otra forma de motivarse. Más bien da la impresión de que están saciados, más preocupados por su caso que por su equipo. Es probable que sea la consecuencia de tener un banquillo que parece un harén.
El problema es más grave en el caso de jugadores fronterizos en la titularidad como Robben, Higuaín, Gago, Metzelder o Drenthe. Andan entre nostálgicos y mansos y, en lugar de ir a más, van a menos. Apenas sonríen y cuesta creer que disfruten en el campo, que fuera no se duda. Guti es un caso aparte, porque ya sabemos que los exámenes de recuperación se los fuma y luego se resarce en grandes partidos, y entonces te preguntas por qué está furioso y era por esto.
El Alicante, por su parte, estuvo a la altura de las circunstancias y se lo tomó con una seriedad casi militar. Jugó muy ordenado y apenas dejó espacios entre líneas, lo que obligaba al Madrid a alardes (regates y otras fiestas) a los que no parecía muy dispuesto. Si todo el equipo mantuvo el rigor, Cañadas y Joan Tomás llegaron a convertirse en protagonistas de la mayor parte de las jugadas de peligro. Ellos las disfrutaban y ellos las fallaban, muchas veces con la inestimable colaboración de Dudek, que forzó palomitas para que le viéramos volar. Nos pide mimos.
Maniquí.
La falta de tensión del Madrid dejó el partido tirante por un lado y flojo por el otro, y el Alicante se debió sentir como si bailara con un maniquí, que no pisa, pero no besa. La situación era aún más extraña porque los jugadores de Schuster vestían pantalón azul marino por imposición arbitral (se confirma que los Dalton son daltónicos). El uniforme resultaba elegante para pasear por el puerto deportivo, pero aquello no era el Real Madrid, era otra cosa. Y no descarto que el asunto afectara en algún porcentaje a los jugadores, locales y visitantes. El cielo es celeste, el infierno colorado y el Madrid, blanco. Mezclar no sienta bien.
Las suculentas oportunidades del Alicante se repartieron entre el primer minuto y el 60, cuando Borja marcó de penalti. A partir de ese momento, el equipo se replegó un paso y el Madrid avanzó otro. Los cambios tampoco ayudaron al anfitrión y el vértigo se le hizo insoportable en los últimos minutos. Fue entonces cuando Ricardo, el destacado de la noche, lució sus mejores paradas, por arriba y por abajo, por talento y por milagro. Hasta que en el tiempo de descuento Gago sacó un córner, el último, y por encima de la defensa del Alicante emergió Balboa, que cabeceó a placer y salvó su prueba.
Si contamos las oportunidades, medimos las carreras y valoramos las paradas, tal vez el resultado no sea totalmente injusto. Pero lo es moralmente, para los niños y los poetas. El Alicante buscó y el Madrid encontró. Cuando esperábamos un cuento con moraleja nos despertó la cruda realidad.
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