domingo, 21 de junio de 2009

España gana el último partido de la liguilla ante Suráfrica. 2 - 0


Cuesta asimilar que el fútbol español ya no tiene complejos. Han sido tantos años con la pesadumbre de los cuartos de final que hace raro sentirse invencible en la eternidad de 35 partidos consecutivos, los 15 últimos contados como victorias. Han sido tantos los tropiezos que todavía hay quien mira al cielo por si está por caernos algo, un piano o un Al Ghandour. Suerte que la predicción meteorológica no señale nubes de aquí a Brasil.

Me dirán que el partido de ayer no fue brillante y les daré la razón. Pero hasta eso ha conseguido España: ha sido capaz de desligar la brillantez de los triunfos. Juegue mejor o peor, gana. Y el rival se ve afectado por esa inercia pero en sentido contrario. Juegue mejor o peor, pierde.

También es cierto que Suráfrica no es una gran selección. Aunque animosa y ágil, se maneja con la torpeza de los novatos en el fútbol. Y de aprendices nos hemos doctorado en el grupo. Quien no tuvo malicia, escaseó de talento o flojeó de esquema. En general, les faltó a todos la herencia de varias generaciones chutando calcetines, soñando caños o rematando balones de playa. Bailando fútbol.

Sin embargo, las leyendas también se construyen tacita a tacita. Y en cada esquina hay una prueba. Ayer había que vencer al anfitrión y hacerlo, además, con un equipo rebajado en la gradación, combinación de titulares y suplentes. Con poca tensión, pero obligados por el prestigio y el récord, que es la bola de nieve que nos persigue.

Y cumplimos, valga la primera persona del plural orgulloso. Si costó abrir la lata es porque Suráfrica añadió a su físico de gacela las embestidas del búfalo. De manera que por primera vez en el torneo reconocimos la utilidad de las espinilleras y del salto en demi-plié. También eso nos valdrá como examen porque a partir de esta frontera habrá quien planee detenernos con jarabe de palo.

Nuestra presentación al partido la firmó Riera con un cañonazo que hubiera entrado por la escuadra de no aparecer el elástico Khune. Lo que siguió fue un tanteo y a ratos, un cacheo. España dominó media hora y Suráfrica los minutos siguientes hasta el descanso. En ese tramo se concentraron sus ocasiones, dos. En la primera Pienaar cedió a Parker, que tiró a la sabana. En la otra, Pienaar buscó a Modise, que golpeó tan mal que casi marca el gol del siglo.

Intriga. Al poco de la reanudación se terminó el suspense. Llegados al 50', Cesc fue interceptado en claro penalti; Villa lanzó y se la paró el portero de goma. La acción continuó y el balón regresó a Villa, que controló con el pecho y remató con rabia, su otra pierna buena. Gol y mensaje. Porque al igual que Harpo se comunicaba con bocinazos, Villa lo hace con goles. El problema son las interpretaciones.

Aún pasó más. Villa se molestó al ser sustituido y luego se alivió al ver que Torres desfilaba también. Poco después, Llorente, relevo de los delanteros, marcó en su debut al activar un mal disparo de Cesc. No hubo más goles para no incomodar al anfitrión, que se clasifica decorosamente. Esa es, precisamente, la otra virtud de España: dejarlos a todos contentos.

Fuente: As

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